Para hablar de derechos, usualmente tenemos que aprender nuevos términos que facilitan nuestra comprensión sobre las múltiples necesidades de igualdad e inclusión. Una de estas palabras es el “adultocentrismo”, una forma de exclusión y discriminación basada en la idea de que los adultos tienen mayor “valor” y “jerarquía” que el resto de personas.

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Recuerda cuando eras joven o si aún lo eres ¿Has sentido que tu opinión fue invalidada por un adulto solo porque tienes menos edad? El “adultocentrismo” hace que generalmente consideremos que una persona adulta representa superioridad moral e intelectual, mientras que las niñas, niños, adolescentes y jóvenes son ubicados en etapas de preparación, crisis y carencias.

El “adultocentrismo” es una forma de desigualdad relacionada con la edad. Concede privilegios para los adultos sobre niñas, niños y adolescentes, basado en la diferencia de edad y la imposición moral de lo que significa “ser adultos”. Esto lo aprendemos desde casa y luego los vemos en toda la sociedad: en el trato de profesores, autoridades, jueces, líderes religiosos, etc.

Un ejemplo común de esta forma de discriminación es cuando un niño o un adolescente rompen algo y recibe una sanción de parte del adulto; en cambio, si este adulto comete el mismo error, no recibe castigo y asume el mismo como un “accidente” entendiendo que, después de todo, el adulto tiene derecho a equivocarse.

Esta “mentalidad” hace que generalmente niñas, niños y adolescentes sean excluidos al momento de tomar decisiones, descartando sus ideas y opiniones al considerarlas “inferiores”. Estos comportamientos cotidianos que sostienen el “adultocentrismo” son llamados “adultismo”.

La mayoría de personas aprendemos desde pequeños a sostener estas conductas en nuestra familia y en las relaciones sociales. Además, en el esfuerzo de proteger, guiar y educar a niñas, niños y adolescentes, se hace difícil identificar el “adultocentrismo” y los efectos que tiene en la autoestima y confianza.

Reflexionar sobre el “adultocentrismo”, facilita que escuchemos y entendamos mejor las necesidades de niñas, niños, adolescentes y jóvenes e incluso de personas adultas mayores, quienes también son relegados debido a su edad. Entender la importancia de valorar sus opiniones, es clave para contar con espacios más seguros de expresión y desarrollo.

Todas y todos necesitamos trabajar por una sociedad inclusiva y respetuosa a través del diálogo, la empatía y el desarrollo de relaciones sanas. Desde el Consejo Nacional para la Igualdad Intergeneracional, se promueve el derecho a la “igualdad y no discriminación”, para que niñas, niños y adolescentes, sean escuchados y se fortalezcan sus derechos fundamentales de participación y acceso a información incluyente y diversa.

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